De un día a otro, los profesores montaron todo un sistema de educación obligatoria a distancia, para continuar su misión de vida desde casa. ¡Con dedicación!
¿Materiales? Su computadora privada y personal; su internet, su luz. Pagadas de su propio bolsillo. ¿Espacios? La sala de su casa, que la hace pública a desconocidos, la intimidad de su casa. ¿Derechos de autor? ¡Cedidos! Investigaciones, imágenes, textos, tareas. ¿Requisitos? ¡Muchos! Quejas de todos en todo momento, sin sensibilidad por el esfuerzo repentino a que estamos sometidos
La escuela en la sala de casa nunca termina. Un millón de correos electrónicos para atender, grupos por WhatsApp, cursos virtuales, informes, subir evidencias, adaptar las actividades, llamadas, atención personalizada, acercándose a la función tutorial a cualquier momento, mensajes de todo el orden. Gestores, alumnos, familias, sociedad; nosotros, profesores, estamos trabajando.
En realidad, multiplicamos por mucho nuestras horas de trabajo, pues ahora aclaramos las dudas uno a uno, corregimos las tareas una a una, sin aumento salarial o mero reconocimiento o agradecimiento por eso. Nos donamos más allá del contenido, sin hablar de las directrices de orden psicológico, dentro de la comprensión de hacer que nuestros estudiantes vean la trascendencia de lo que estamos viviendo.
NO HABRÁ APLAUSOS PARA LOS DOCENTES
¡Pero aplaudo a los maestros! Yo aplaudo a mis colegas. Aplaudo a los profesores de mis hijos. ¡Yo aplaudo a los profesores con todas mis fuerzas! Por brindar a la educación, el lugar que le corresponde en esta época de crisis.
Somos parte de la historia, aunque no seamos aplaudidos. Aquí está un millón de aplausos para todos nosotros.
*Texto, al parecer, de la profesora Alacoque Lorenzini Erdmann. Yo copié, edité tantito y lo pegué por acá.
Bonito texto. Y tristemente demasiado verídico.