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Ascenso a la Primera A
Estoy feliz, parece que nuestros rezos fueron oídos y tendremos harta chamba y bien pagada. Si la hacemos bien podría ser éste el fin de mi «adyecta» miseria. Espero que las cosas sigan marchando y que la vida siga su curso.
Cuidat chavxs. Saludxs.
Otra historia de miedo e inseguridad
Llegué a ese Oxxo como el villano de la película de vaqueros, afuera llovía con saña, como si realmente el cielo quisiera desalojar Reforma. Estaba francamente hasta la madre, una hora y fracción sentado en el asiento de un microbús, asiento diseñado para que se siente alguien de no más de 1.70m por cierto, y caminar con mi impermeable camuflajeado como 15 minutos bajo la lluvía no es mi idea de un placida tarde. La mañana tampoco estuvo agradable, ir a Naucalpan y rebotar hasta Santa Fe en estos momentos no es mi idea de lo bucólico. Tenía hambre, mis pies estaban ya muy empapados, el tráfico que hay en Santa Fe es horrendo, por si no fuera suficiente el hecho de que las salidas a Reforma están colapsadas, Tamaulipas está abierta en canal, hay obras de alcantarillado casi a punto de llegar a Carlos Lazo. Por eso es que llegué molestó al Oxxo, agarré el cuerno lonchero de siempre, me acerque a la caja, pedí también mi capuchino, y justo cuando me iba a sentar en las mesitas del Oxxo vi que no había mucho lugar donde poner mi tentempie. Estaban llenas de basura, de trozos de pan a medio comer y cosas así.
¿Cómo dijo el Norteño, alias __La persona que está pegada al Compayito__? Ah, ya… su saludo en el DF siempre es: «¡Quihubo pinchis chilangos raza inferior!» Ganas no me faltaron de decirlo, pero me desquité limpiando de un manotazo la mesa, y no había terminado de hacer eso cuando me encañonaron con una escopeta. Calibre 12 para mayor precisión. La persona que lo hizo era un transportista de valores (TAMEME, creo) que estaba él y un compañero surtiendo al cajero del Oxxo. Yo me le quedé viendo con cara de huevo estrellado, esperando a que bajara su herramienta de trabajo durante tres segundos, ya que se dio cuenta que no era un forajido de la ley ataviado con gorra oscura, lentes, e impermeable camuflajeado, armado con un revólver, sino un menso promedio desarmado, bajó su arma y yo, pues ya un poco más relajado me senté a comer.
Todavía estaba comiendo cuando los custodios terminaron de surtir al cajero, tomaron sus triques y se fueron según el procedimiento, pero eso sí, el que encañonó me pidió disculpas y me deseó buen provecho; yo le dije que no había cuidado.