Ora que he regresado a los tibios brazos del freelanceo y que las cosas se presentan promisorias, he tenido chance de leer más por placer y menos por trabajo. La literatura mexicana, salvo sus muy honrosas excepciones, no termina de agradarme. La siento poco fluida; a veces lentérrima, oliendo a guardado con ganas y la veo como una demostración sumamente mamila de lo peor que tiene la inteleitualidad mexica. Leyendo a algunos de esos grandes héroes de la aviaduría y el hueso, encontré finalmente cuáles eran las razones, los porqués:

– Abusan de los adjetivos. Muchos adjetivos, más que hacer más precisa la descripción de un trozo de algo, arrana la lectura.

– Abusan de la voz pasiva. Cuando hay muchas frases en voz pasiva se siente como que a alguien, más que vivir su vida, le ocurre su vida. Más que ser un ser pensante es una entidad vegetal. Un caso curioso fue una novela francesa llamada El tren a ningún lado. Ese maldito libro no cuenta con ningún mugroso verbo, la crítica francesa entera reaccionó de un modo parecido al modo en que la crítica mexicana reaccionó al libro de Salinas de Gortari (¿cómo se llamaba? México: el largo camino hacia la democracia o un horror parecido), con eso digo todo.

Es bueno ver estos detallitos para ir formando el estilo personal de escribir. Pues es una cosa muy distinta escribir para el blog o para los foros que hacerlo para entretener gente de manera profesional.

Feliz Yom Kippur, tovarich.